Fueron los balleneros vascos quienes a principios de S-XVI cruzaron el Atlántico y arribaron a las costas de Quebec. Navegantes intrépidos, llegaron a América del norte en 1517, antes que el explorador francés Jacques Cartier, e incluso hay quien piensa que lo hicieron antes que el propio Cristobal Colón. Sea como fuere, convirtieron la pesca comercial de ballenas en la primera actividad industrial de la época, y en palabras del presidente Thomas Jefferson fueron “Quienes la empezaron”, refiriéndose a esta industria. Cada año partían unos 2.000 “arranzales” desde las costas del País Vasco a la Bahía del Rio San Lorenzo, conocida entonces como Nueva Vizcaya. Allí establecieron diversos asentamientos desde donde controlaban las rutas de las ballenas en su migración otoñal del océano Ártico a los mares del sur.

Si bien no son ballenas lo que venimos a buscar, si me acompaña un vasco, tan buen pescador de salmones como fotógrafo. Hemos cruzado el Atlántico, el mismo que hace cinco siglos aquellos avezados pescadores en sus pequeñas chalupas, con un único objetivo:
Dry Fly:
Topher Browne, bromea sobre la profundidad de la mosca y la religión, cuando afirma en su libro “Atlantic Salmon Magic” que mientras más profundo pesques, más probable será que vayas al infierno, situando en el purgatorio a los míticos Wood, Frederick Hill y Balfour Kinnear, que empleaban pequeñas moscas justo debajo de la superficie y a los también míticos George M. LaBranche, Coronel Ambrose Monell, Edward R.Hewitt y Lee Wulf, en el cielo, pues fueron los grandes maestros de la pesca de salmón en la mágica frontera entre el aire y el agua.
George M.LaBranche, uno de los elegidos, en su libro “The salmon and the dry fly” (1924), primera obra dedicada a la pesca de salmón con mosca seca, señala a su amigo y compañero de pesca el Coronel Ambrose Monell, como el primer pescador en capturar un salmón con esta modalidad en Estados Unidos. Años más tarde fue Lee Wulff quien se convertirá en precursor y también en un icono en este tipo de pesca, y es a él a quien debemos la mayor aportación a la literatura sobre esta apasionante modalidad, todo un desafío para cualquier pescador de salmón, especialmente si es europeo. Paradójicamente, ni Monell, ni LaBranche ni tampoco Wulff fueron asiduos las aguas de los veintidós ríos salmoneros que surcan la península de la Gaspesie, pese a ser estos los de aguas más cristalinas de todo el mundo.




¿Por qué un salmón sube a la superficie a tomar una mosca que deriva naturalmente? Posiblemente por los mismos motivos por los que un niño da una patada a una lata al cruzar una calle. La comparación no es mía si no del maestro Wulff, y resume de una manera concluyente la cuestión. Sin embargo, existen ríos en los que los salmones tienen mayor tendencia a tomar las moscas sobre el agua, y entre ellos el Bonaventure, sin lugar a dudas, es el que mayor tradición acumulan en este tipo de pesca.
El río.
Solo se oye, con una cadencia regular, el suave sonido de la pértiga de madera al entrar lentamente en el agua y, apenas unos segundos después, nos llega el de los guijarros cuando alcanza el fondo. La canoa se desplaza, como suspendida, por las increíbles aguas color esmeralda del Bonaventure entre un inmenso bosque de coníferas y bajo un inalcanzable cielo de agosto.
A ratos, nos vamos deteniendo, en ocasiones para pescar desde la canoa, y otras veces vadeando desde la orilla y así transcurrirá el día hasta que la caída de la tarde nos lleve de vuelta al campamento. Flotar, como se denomina en el Bonaventure.
El Bonaventure, llamado Wagamet por los Mi’kmaq, que significa “agua clara”, fluye desde las montañas Chic Choc hasta la Bahie des Charleur, al sur de Quebec, donde desemboca cerca de la pequeña ciudad de Bonaventura. Gestionado por la ZEC de la Riviere Bonaventure, se divide en ocho sectores, tres de acceso limitado y cinco de libre acceso que ocupan 65 km con un total de 90 pozos y con una media de captura de unos 1200 salmones por temporada.
El acceso a las zonas limitadas es mediante un sorteo que se celebra en noviembre y diariamente, a partir del inicio de temporada y en el que se puede participar llamando por teléfono o a través de internet.
Una pista lo recorre paralelo a su orilla desde Pin Rouge en el sector B, cerca de Bonaventura, hasta Double Crossing que hace de límite con la zona alta de reserva, en el sector E.




La técnica.
Richard, nuestro guía, un joven de Montreal que pasa la temporada en una destartalada caravana junto al rio, mezcla de bohemio y hippie, nos indica que hemos llegado a Sinclair donde comenzaremos a pescar. El rio hace una curva a la izquierda y choca contra la orilla, antes de alcanzar una zona de corrientes. Bajamos a la falda donde entre rocas sumergidas aposturan salmones en grupos pequeños, repartidos por todo el pozo. Resulta hipnotizador observarlos inmóviles e ingrávidos y solo se adivina un ligero movimiento acompasado de sus colas para mantenerse en la corriente.
Hay dos cuestiones fundamentales para tener éxito cuando pescamos a seca: posición de flotación de la mosca y presentación, esto último en relación con el ángulo de lanzado y la distancia o longitud de la deriva.
La presentación será diferente en función de que veamos al salmón o pesquemos al agua. En caso de que localicemos el salmón podremos analizar su reacción y adaptar nuestra estrategia, lo que contribuirá en un porcentaje muy alto a la posibilidad de tener éxito. Tengamos en cuenta que dos o tres subidas en un día de pesca ya eran suficientes para Lee Wulff en los años de abundancia de mitad del S-XX, de ahí que conocer qué hace el salmón nos ayudará a modificar tamaños y colores de nuestras moscas, así como distancias de lanzado y duración de las derivas, para poder lograr nuestro objetivo.
Resumidamente podríamos decir que es una técnica, más que ninguna otra, que se basa en el ensayo y error, teniendo, en opinión de algunos, más de caza que de pesca y que comienza a ser efectiva a partir de 9-10 grados de temperatura del agua.
Lanzar entre 70 cm y un metro por encima del salmón con el objetivo que vea caer la mosca en su “ventana de visión” y tenga que reaccionar rápido antes de que desaparezca, manteniendo la deriva unos dos o tres pies por detrás de la cola. En ocasiones, el salmón, habiendo visto la mosca flotar sobre él, nada aguas abajo para volver a enfilar a la corriente y subir a por la mosca. Con estas derivas corta, aproximadamente tres metros, lanzando ligeramente situados por debajo de la posición del salmón, logramos evitar el dragado cuando pescamos en deriva muerta o dead drift. Si el salmón no muestra interés, entendido esto como desplazamiento vertical a inspecciona la mosca, o incluso a tratar de cogerla, debemos repetir el mismo lance unos cinco o seis veces y buscar otro pez sobre el que lanzar si no hay reacción.
Es típico de este rio, el empleo un curiosos aparato, básicamente una caja de chapa de forma rectangular con un espejo colocado en ángulo en el parte inferior protegido por un cristal en la parte exterior, y una abertura en la parte superior, que le permite, introduciéndola hasta aproximadamente la mitad de su longitud en el agua y mirando desde arriba con la cara pegada a la abertura, ver los salmones que hay en un pozo por el efecto del reflejo de las imágenes en el espejo, alcanzando distancias de hasta veinte metros, cuando la corriente y la escasa profundidad impiden apreciarlos a simple vista, que es lo habitual, debido a la extraordinaria claridad de las aguas.
Richard me sugiere lanzar sobre un salmón de unos siete u ocho kilos situado junto a otro más pequeño delante de una gran roca a unos quince metros de la orilla. Impermeabilizo la bomber para asegurar su flotabilidad, y comenzó a lanzar.
La distancia de lanzado no debe superar los quince metros si queremos lograr presentaciones atractivas. Además, es preferible cuando no tenemos bien definida la distancia del salmón, cosa no siempre fácil, quedarse ligeramente corto para evitar que el salmón vea la línea, lo que le hará renunciar a la subida.
Dos falsos lances y dejo caer la mosca por encima del salmón: –No interest, me dice Richard mientras da una calada a su cigarrillo de liar. Repito de nuevo y el salmón mueve su cola y avanza unos escasos centímetros, antes de permanecer inmóvil de nuevo. -Try again, mientras una nube de humo envuelve su cabeza. Lanzo de nuevo y el salmón decididamente sube a por la mosca y justo antes de llegar a la superficie, desciende a su postura. -Almost! Le oigo decir a Richard pausadamente.
Cuando el salmón sube y no toma la mosca debemos parar y dejarlo descansar unos minutos para volver a intentarlo más tarde, de ese modo intentamos no quemarlo, en expresión inglesa, y lograr que mantenga el interés.

Es fundamental repetir el lance con la mayor precisión posible, y para ello no movernos de donde estamos y mantener controlada la cantidad de línea que tenemos fuera del carrete.
Pruebo otra vez, reduciendo al mínimo los falsos lances para logar alcanzar nuestro objetivo y conseguir una posada suave y precisa. Nada más tocar la mosca el agua, el salmón vuelve a subir a por ella y rompe la superficie con la boca abierta, lentamente, pero de manera decidida. Espero, clavo y….nada!.
En una ocasión le preguntaron a Mike Crosby, extraordinario pescador canadiense, que cuándo pensaba que era el momento de clavar pescando a bomber. Socarronamente contesto: Justo en el momento en el que el salmón cierra la boca con la mosca dentro.
Sin lugar a duda, la parte más complicada y que requiere de mayor experiencia en este tipo de pesca es la clavada. Para tratar de lograr tener éxito debemos vigilar atentamente la deriva desde el momento en que la mosca aterriza en la superficie, y cuando la veamos desaparecer, clavar decidida, pero a la vez suavemente. Siempre.
Aunque el error más común es clavar demasiado rápido y sacar la mosca de la boca, a veces no es raro esperar demasiado, dándole tiempo a “escupirla”. Si logramos ser capaces de vigilar la deriva de la mosca, y a su vez, mediante lo que podíamos llamar visión periférica, observar lo que ocurre debajo del agua, incrementaremos notablemente nuestra tasa de éxito, si bien esto, admitámoslo, no está al alcance de todos.
Richard lía parsimoniosamente otro cigarrillo mientras yo, a su lado, rememoro la situación que solo hace unos minutos ha tenido lugar a escasos quince metros de donde nos encontramos. El salmón continua en la postura, una atmosfera transparente nos envuelve y la ligera bruma que se posaba blandamente sobre el agua cuando llegamos, se ha disipado con los primeros rayos de sol.
En ocasiones modificar la distancia de la deriva, puede resultar efectivo. Especialmente cuando el salmón ha reaccionado a la mosca sin llegar a tomarla. Tras varios lances cortos, una deriva mayor, dos o tres metros sobre la posición del salmón, resulta atractiva y exitosa.
Decidimos probar con otro salmón, situado aguas arriba. Pescar en esta dirección resulta obligado si utilizamos moscas secas, para ir avanzando desde atrás hacia adelante y con ello tratando de ser más eficientes, intentándolo primero con los salmones que están situados más hacia la cola del pozo y más cerca de nuestra orilla, y cubriendo el mayor número de ellos. Sin embargo, también hay quien prefiere pescar, como dicen los americanos, “Shot-gun”, es decir, lanzado indiscriminadamente y sin orden. Teniendo en cuenta que en un pozo no habrá más de dos o tres salmones con tendencia a subir a la superficie, las posibilidades de éxito tampoco se tienen por qué ver afectadas por la técnica emplear. Con independencia de ello, siempre debemos vadear lenta y discretamente.

Las moscas.
Antes de empezar de nuevo, cambio de mosca. Esta vez una bomber verde con palmer naranja y cuello blanco del nº2. Respecto al tamaño, prefiero moscas grandes para aguas más claras y más pequeñas para aguas ligeramente teñidas, pues la profundidad en la que los salmones aposturan en ríos muy transparentes es siempre considerablemente mayor por ese motivo, necesitan mayor protección, de ahí que resulte necesario ofrecerle una mosca más fácil de ver.
En lo que a que a las moscas se refiere, los tradicionales montajes de trucha con cuerpos en palmer para lograr que la mosca, al flotar alta sobre la película de la superficie, dejara filtrar luz por debajo y con ello lograr una apariencia más atractiva para el salmón, con cuellos naturales, grises y marrones, cuya flotabilidad se consideraba mejor que los teñidos, dieron paso a las bomber, desde que allá por los años 60 del pasado siglo, el Reverendo Elmer Smith la inventara en el Royal River (Maine), casi como única opción, con cuerpos de pelo de ciervo, más voluminosas y con mayor flotabilidad, y estas a su vez han evolucionado a montajes en tubo y al empleo de materiales como el foam, más típicos de escandinavos que de este otro lado del Atlántico.
Gano unos metros sobre la orilla, vadeo con el agua por debajo de la rodilla, el rio baja en estiaje con una temperatura del agua a 11ºC. Este es un rio que no suele acusar grandes cambios de temperatura incluso en verano. Comienzo a lanzar despacio, calculando mentalmente la distancia que me separa del salmón, tomando como referencia solo la línea que se estira sobre el rio. Veo caer la mosca y apenas comienza a derivar el salmón sube a por ella y la inhala, apenas rompiendo la superficie del agua, espero, clavo y siento la línea estirarse. –Yess!! Fish on mate!!

Tras un espectacular salto, inicia una frenética carrera aguas abajo, para detenerse antes del descuelgue donde se instala durante apenas unos segundos. Comienza a cabecear e inicia lentamente un paseo aguas arriba. Levanto la caña para evitar el roce del leader con las piedras del fondo. Acelera y vuelve a salir a la superficie, primero con un enérgico cabeceo y más tarde con un acrobático salto. Bajo la caña para evitar perder tensión hasta que poco a poco consigo traerlo a la orilla donde Richard, con el agua casi por la cintura lo agarra de la cola. El mítico Bonaventure nos regala un precioso salmón de unos cinco kilos. ¡Misión cumplida!
Fotos por Álvaro G. Santillán
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