JAVIER PEÑA

Nací en Madrid en el año 1976, desde bien pequeño los paseos con mi abuelo por el campo hicieron que mi amor por la naturaleza creciera cada vez más hasta formar parte de mi vida.  Más tarde, con nueve o 10 años, recuerdo la primera vez que fui a pescar a orillas del río Tajo con unos familiares, recuerdo pasar toda la mañana embobado mirando los punteros de las cañas echadas a fondo esperando que sucediera ese momento mágico, la picada, quizás algo que me marcaría e hizo que naciera en mí esa pasión que a día de hoy es la pesca.

Años más tarde con 14 años y gracias a un amigo, conocí la pesca a mosca, una pesca que llamó desde el principio mi atención, haciendo que dejara de lado esas otras modalidades por las que hasta ese momento iba pasando. Los comienzos fueron duros, pero muy gratificantes: mis primeros lances en un campo detrás de las vías de tren en Leganés, mis primeras moscas atadas sobre un torno de cerrajero y sustituyendo el CDC por plumón de paloma, la liebre por pelo de visón o de zorro que me traída mi padre de la peletería en la que trabajaba, mis primeras salida de pesca al lago del Molino o a orillas del río Lozoya y, poco a poco, mis primeras capturas en Madrid o Guadalajara, donde quizás fue el Alto Tajo el que me dio la alternativa como pescador con mosca.

A raíz de ahí, mi curiosidad y pasión por esta afición fue creciendo día a día y ya con 15 años y gracias a un amigo que ya tenía su carnet de conducir empezamos a recorrer todas las provincias y comunidades de España buscando todos esos destinos míticos trucheros que empezábamos a oír: el río Gallo, el Alto Tajo, la Hoz Seca, el Porma, el Órbigo, el Rudrón, el Ucero, y así un largo etc… donde aprendíamos, disfrutábamos y conocíamos todos esos rincones mágicos que tenemos en nuestra geografía. 

Curiosos por naturaleza empezamos a darnos cuenta que había también vida mas allá de las truchas y la pesca a mosca nos ofrecía mil y una posibilidades en cuanto a otras especies se refiere. Aquí comenzaría nuestra curiosidad por pescar barbos, carpas, lucios, black bass e incluso a desplazarnos hasta ríos como el Narcea o el Sella en Asturias en busca del majestuoso Salmón Atlántico, siempre con nuestra vara de mosca en la mano.

Sin duda esto fue todo un descubrimiento, ya que cerca de Madrid teníamos verdaderos paraísos para la pesca de ciprínidos y depredadores, que sin duda enriquecían nuestro conocimiento y alimentaban nuevas sensaciones y curiosidades. Curiosidades que tomaban forma delante de nuestros tornos de montaje o en forma de viajes y aventuras a nuevos destinos.

A día de hoy me considero un pescador a mosca multiespecie. Reconozco que para mi todo tiene su encanto, su dificultad y siento verdadera debilidad por los peces grandes y las diferentes especies: barbos gitanos, comizos, beceros, comunes, grandes carpas, truchas, salmones… es tal el abanico y la variedad que tenemos en nuestro país que no podría decantarme por ninguna en concreto. También me encanta probar con otras especies que no tenemos en nuestro país, como por ejemplo, los tímalos o truchas marmoratas, peces a los que no puedo resistir visitar todos los años en destinos como Italia, Bosnia, Eslovenia, etc.

Si una cosa tengo clara es que en la variedad está el gusto, que todo te enseña, te hace un pescador y atador mucho más completo y sobre todo, hace que tu mente esté siempre mucho más abierta y necesitada de nuevos retos y nuevas experiencias que pasan a formar parte de ese aprendizaje continuo e infinito que es la pesca a mosca.