Aún quedan en España lugares mágicos en los que merece la pena perderse, gran parte de ellos me atrevería a decir que permanecen escondidos entre las altas cumbres del Pirineo. Por ello, año a año realizamos varias excursiones en busca de esos lugares perdidos, buscando la tranquilidad y el sosiego del que solo ellos hacen gala. Rincones que nos hacen soñar con truchas salvajes en bellos parajes alejados de la mano del hombre. Lugares de ensueño, rincones para la reflexión.

Pocas sensaciones hay tan gratificantes como sentirse dueño de uno mismo, sentirse vivo, saber quién eres… Cuando llega ese momento, simplemente lo sabes. Nirvana. Paz interior lo llaman algunos. Hay lugares, rincones o paisajes que nos ayudan a encontrarnos a nosotros mismos. Pedacitos de cielo terrenal. Cada uno tenemos nuestro sitio especial, nuestro hogar espiritual. El mío siempre ha estado ligado al agua, desde pequeño. Sólo hay otro lugar donde me siento igual de pleno: la alta montaña. Quizá sea porque sólo allí arriba tomo conciencia de mi insignificancia, quizá sólo porque bajo la inmensidad del cielo estrellado se cuál es mi lugar en el mundo, quizá solo porque en esos valles se puede escuchar el silencio y los sentimientos te llegan más alto y claro.
Pescar en alta montaña es una aventura que todo pescador debería afrontar en la vida. Sea entre los grandes bolos graníticos de Gredos, en los escarpados cañones pirenaicos o en las praderas de la alta montaña palentina, el sentimiento es único y sin igual. Cada paso, cada lance, cada trucha, es un sorbo de vida.

El continuo espacio-tiempo parece fluir a otro ritmo que nos embriaga. Tan solo la subida eléctrica de las moradoras de esas frías aguas nos recuerda la frenética vida del siglo en que vivimos. Allí arriba, el tiempo va despacio y la vida corre aprisa. Cada minuto cuenta en esa carrera por aprovisionar calorías de cara al duro invierno. Eso se refleja en sus truchas. Su agresividad, su sed de vida, nos la transmiten en cada ataque que nos brindan. Rápidos. Directos. Nobles. Fulminantes…
Pesca sencilla, sin complicaciones, sin florituras. Moscas voluminosas, colores vivos, buena flotabilidad: saltamontes, heptagénidos, tricos… o cualquier imitación que desate su agresividad, como por ejemplo pequeños streamers que se muevan bien en aguas vivas, como los wollys. Pero sobre todo secas, la pesca en alta montaña es sinónimo de pesca en superficie. De adrenalina.

Lances cortos, de punta, evitando el dragado, que nos permitirán vivir la acción en primera línea de fuego. Derivas cortas, pero lo mas estáticas posible. A veces, la diferencia entre levantar a una de estas truchas de su postura en el fondo o no hacerlo, es conseguir que la imitación esté en su campo de visión un milisegundo más. Y la puntería, aquí hay que arriesgar, lanzar ajustado allá donde se encuentran los peces, para que la caída de la imitación haga surgir en ellos ese instinto irrefrenable de atacar.
Y, por supuesto, ser parte del entorno. Pasar desapercibidos. Ese es el reto. Estar a una vara de distancia de nuestro objetivo y no delatarnos. Cuerpo a tierra, pasos silenciosos y, si el entorno nos lo permite, ocultar nuestra silueta tras los típicos bolos de piedra que engalanan estos cauces.

Como en tantas otras cosas en la vida, lo importante es lo de dentro, las emociones que experimentamos y el poso que ello nos deja. El sabor de las cosas. Los números, los cuántos e incluso los porqués, aquí arriba no tienen sentido. Cuando te halles pescando en estos ríos, acuérdate siempre: en estas aguas, cada pez, cada lance, tiene un sabor especial y único. Incontable. Innumerable. En estos valles no se persigue un fin, se recorre un camino del que nunca vuelves como lo iniciaste. Recuerda: Estás pescando en ríos de emociones. Estás tocando el cielo.

Deja un comentario