A menudo, la consecución de un sueño, de un objetivo en la vida, marca un punto de inflexión. A veces incluso, de no retorno. No puedo negar, que las experiencias que Nueva Zelanda me ha regalado me han cambiado para siempre, como pescador y como persona. No en vano, cuando uno se ha pasado veinte años imaginándose allí, solo pueden esperarse dos cosas: que no esté a la altura, lo cual en materia de viajes de pesca sucede más a menudo de lo que a veces podemos llegar a imaginar, posiblemente a consecuencia de las altas expectativas que a veces nos marcamos; o que la experiencia en sí sea de tal magnitud, que no regreses igual que como emprendiste tu viaje. Y allí dejé descansando, hasta que la pandemia nos permita volver, los sueños de mi niñez en algún río de aguas verdes.
Pocas cosas hay tan personales, únicas y diversas como los sueños. Los hay de todos los colores y matices. También en materia de pesca, por supuesto.
A grandes rasgos, todos solemos soñar con lo mismo: peces grandes y en cantidad, peleas de infarto… seguro que sabéis a qué me refiero. Sin embargo, yo encuentro la riqueza en los matices, en el cómo, en lo que rodea a esos peces. Esos ingredientes son, en mi opinión, los que marcan la diferencia entre un buen plato y un manjar. Los peces no son más que una excusa para viajar y perderse en alguno de los más bellos paisajes de nuestro planeta. ¿No es eso?
Nueva Zelanda es una tierra rica en matices, en contexto, en paisajes, en naturaleza… y por supuesto, también en peces. Y sí, también grandes, pero a eso llegaremos más adelante.
Os invito a acompañarme en mis sueños, a recorrer la Isla Sur y a experimentar a través de estas líneas, los matices que me cautivaron para siempre. No tenemos por qué compartir sueños ni el gusto por los ingredientes, pero si de algo estoy seguro, es de que en Nueva Zelanda y en su infinita red de ríos y valles de todo tipo, también hay un sueño para ti.
La trucha fue introducida en aguas neozelandesas allá por el ya remoto año de 1867 proveniente de Tasmania, donde había sido introducida unos años antes y a donde viajaron desde las islas británicas. Casi dos siglos después, Nueva Zelanda se ha convertido en uno de los destinos de pesca por excelencia a nivel mundial.
Su singular orografía, su abundancia de agua y un clima templado se unen a otros factores no menos importantes, como una densidad de población realmente baja o un gran respeto por la Naturaleza y las actividades al aire libre, ofreciendo a los pescadores a mosca de todo el mundo, una especie de parque temático para la pesca de la trucha.
Y sí, no puedo describirlo de otra forma. En sus dos islas principales, separadas por el estrecho de Cook, y que ocupan una distancia de unos 1600km de Norte a Sur, la variedad de ecosistemas fluviales no puede describirse sino como infinita.
Y es que no hay un tipo de escenario que no roce la perfección entre el catálogo de aguas de Nueva Zelanda. ¿Qué te motiva? ¿Un río de montaña? Lo tenemos. ¿Un río de llanura con arboles de ribera? Sin problema. ¿Un río de aguas azules en mitad de una selva tropical? Por supuesto. ¿Chalk streams? Claro, a elegir. ¿Lagos de aguas someras donde pescar a vista? Por favor…
La peculiar geografía del país, con montañas que superan los 3700m de altitud, hacen que el país no solo cuente con una variedad inmensa de paisajes, también de climas, lo cual ha moldeado el carácter de sus masas de agua y nos brinda la oportunidad de disfrutar de toda clase de escenarios en un territorio relativamente pequeño. Todo un universo por explorar.
En términos generales, Nueva Zelanda tiene fama de ser un destino exigente y de pocos peces. Y, al menos en Isla Sur, si generalizamos, es cierto. Las densidades por km no son altas. El tamaño de los peces es grande y las condiciones a las que nos vamos a enfrentar, suelen ser exigentes.
Tenemos delante a peces salvajes, perfectamente adaptados y conscientes de su entorno, con una habilidad fuera de lo normal para detectar cualquier elemento ajeno a él. Un brillo, un ruido, un movimiento en falso… game over.
Una mala presentación, un falso lance demasiado cerca, un dragado… lo siento, prueba con la siguiente.
Para colmo, como he mencionado anteriormente, las condiciones juegan en su favor en la mayoría de las ocasiones. Tendremos que enfrentarnos a condiciones meteorológicas adversas y a un viento que pondrá a prueba nuestra técnica de lanzado. Tendremos que enfrentarnos al cansancio físico. No es lo mismo bajarse del coche y recechar un pez, que hacerlo cuando llevas 15km en las piernas y una mochila pesada a tus espaldas.
Y por supuesto, tendremos que ser solventes peleando peces de tamaños muy por encima de lo habitual en nuestras aguas.
Si salimos indemnes de todo esto, es posible que consigamos librar el bolo con regularidad. Y es que, como el guía local Chris Dore nos contaba: a veces el juego va de eso.
SOLEDAD, AVENTURA Y LIBERTAD:
El ingrediente esencial. Aún existen lugares en el mundo donde perderse con una caña en la mano y no ver a nadie en días. Nueva Zelanda está lleno de ellos.
El precio a pagar, siempre hay uno, es estar dispuesto a asumir ciertos riesgos e incomodidades:
Añoro el peso de la mochila con todo lo necesario para una expedición de cuatro días. Las horas mirando mapas y partes meteorológicos. Conducir de noche para pescar de día.
Echo de menos la austeridad de mi esterilla. El sonido de la lluvia sobre el toldo y volver a ponerse los calcetines mojados por la mañana.
Calentarme un café en el hornillo. La comida deshidratada y las barritas energéticas. Llenar el coche de pasta y noodles para 10 días. Hasta el hambre y los kilos de menos.
También el dolor de piernas el día de regreso al coche, tras haber pescado 30 o 40km de aguas vírgenes. Las jodidas ampollas y la cara quemada.
Las “duchas” rápidas en el río. El agua helada. Los anocheceres buscando un sitio donde acampar, bajo lluvia y aguanieve.
¿Y el viento? Ése Northwesterly. Joder, hasta se hacía raro cuando no estaba castigándonos.
Las dudas, las miradas al compañero, el “cruzamos por ahí o no”. “Si nadamos, nadamos los dos”. “Se nos hace de noche”.
No echo tanto de menos los mosquitos y los midges. Su compañía 24/7. Grandes condimentos de la sopa recién calentada. Sus picaduras…
Incluso, con una sonrisa en la boca, desde la distancia, me produce nostalgia las veces que nos aventuramos en algún río y anduvimos durante días y no encontramos ninguna trucha. Eso también es pesca.

Pesca a pez visto:
Nueva Zelanda es sinónimo de pesca a pez visto. Sus aguas, ya sean ámbar, turquesa, verdes o azules, son claras como el cristal y conforman un escenario único para el pescador ávido de emociones a vista.
Sin embargo, uno no debe darse lugar a engaño por los videos de YouTube o las historias del Instagram. Cualquiera puede localizar un pez ingrávido en un pozo de aguas cristal o uno moviéndose de izquierda a derecha en una tabla de poca profundidad a pleno sol, pero esos son los menos.
La mayoría de ellos, descansan o se esconden en lugares mucho menos obvios: fuertes corrientes, rizos, cambios de profundidad… y por supuesto, no siempre contamos con la visibilidad de nuestra parte. El sol no siempre brilla y el viento tiene tendencia a rizarnos la superficie casi constantemente. Y por muy increíble que parezca, para la mayoría esos peces pasan desapercibidos.
No hay forma de explicar cómo localizar los peces. Mitad práctica y experiencia, mitad talento innato. Sin embargo, siempre se pueden seguir ciertas directrices. Válidas desde Nueva Zelanda a cualquier parte del mundo.
Pesca y anda despacio. Analiza las zonas más querenciosas, donde pueden encontrar refugio o un mayor aporte de alimento, y allí, pesca todavía más despacio.
Intenta no tocar el agua. Evita hacer ruidos, mover piedras o chirriar clavos.
Avanza siempre usando el terreno y la luz en tu favor. Usa zonas elevadas para conseguir mejor ángulo. Busca la orientación en la que el sol te haga menos brillos o espejo.
En caso de duda, lanza. A veces las piedras o las manchas se mueven y llevan premio.

Un lance sencillo:
Una trucha de más de 5kg en el blando entre dos venas. Por fin estás allí, la has localizado sin que ella te perciba, has conseguido entrar hasta la posición más idónea para efectuar un lance “sencillo” sin cometer errores. Estás en donde te has imaginado tantas veces.
Solo tienes que presentar la mosca a 10 metros. Un lance que, sobre el papel, estaría al alcance de cualquiera. Un lance que se vuelve imposible para el 90% de los pescadores cuando la adrenalina corre a raudales por tu torrente sanguíneo y el corazón palpita desbocado.
Con los midges comiéndote y el viento soplando racheado, juntas toda la calma que tienes dentro para ejecutar ese lance. Paras, el bucle se extiende y la mosca aterriza dulcemente a 4 metros de donde debería. ¡Vaya!
O le atizas en la cabeza. O posas y le pasa dragando por todo el morro…
O, por arte de magia, todo sale bien, el pez levanta las aletas y decide tomar con delicadeza la imitación. Te apresuras a clavar… y agua.
Creedme, yo he sido todos esos pescadores. Y cometido esos errores y algún otro. Y es que nada es tan sencillo como se ve en los videos.
Solo queda cargarte la mochila a la espalda y recorrer la distancia que te separa de tu próxima oportunidad. Y por supuesto, aprender de los errores.

RATONES, un ingrediente inesperado:
Y es que tener la oportunidad de pescar en Nueva Zelanda en un año de ratones es algo que no se puede planificar. Este fenómeno cíclico se da cada varios años, en ocasiones hasta 10, y está relacionado con la floración y la formación de los beech trees, que a su vez se ven influenciados por la meteorología y la temperatura.
Cuando estos árboles producen semillas, la población de roedores sufre una explosión y con ella, también se disparan las poblaciones de predadores. O en el caso de las truchas, su peso.
¿Quiere decir esto que disfrutaremos de pesca en superficie con imitaciones de ratón? No, al menos no durante el día. Los ratones son roedores de hábitos predominantemente nocturnos y si queremos tener resultados con esta técnica, deberemos pescar durante las horas de oscuridad.
Es en estas horas cuando los ratones, bien por accidente, bien en búsqueda de otras zonas, caen al agua y las truchas kiwis dan buena cuenta de ellos.
Se han encontrado truchas de unos 3kg que contenían más de una docena de ratones en su estómago. Una digestión pesada, sin duda.
Si bien en Nueva Zelanda, la pesca nocturna está permitida, es algo que no disfruto en absoluto. Estar en la Meca de la pesca a pez visto y pescar a ciegas… sencillamente, no es para mí.

Sin embargo, y más allá del aumento de peso que sufren las truchas en estas temporadas, que en mi experiencia puede aumentar la talla media en muchos ríos en torno a los 2kg, un año de ratones tiene más implicaciones para la pesca de las que podríamos pensar.
En primer lugar, los peces modifican su comportamiento de manera notable. Se vuelven más nocturnos y por supuesto, si la caza fue bien la noche anterior, no será raro encontrarnos con peces totalmente inactivos haciendo la digestión en el fondo de un pozo. Ya se sabe: noches alegres, mañanitas tristes.
En segundo lugar, la abundancia de comida fácil les hace mucho más reticentes a hacer esfuerzos para ingerir insectos. Ya no digamos en superficie. En mi experiencia, donde un año normal pescábamos a seca y los peces respondían con desplazamientos generosos a nuestras presentaciones, en un año de ratones nos veíamos obligados a pescar en tandem o a ninfa a pez visto, muchas veces con ninfas relativamente pesadas que profundizaran a la capa de agua donde el pez estuviera descansando.
En contrapartida, no puedo negar que ni en mis mejores sueños húmedos hubiera podido imaginar poder sujetar entre mis manos semejante cantidad de peces trofeo, por encima de la marca de 10lb-4,5kg.

Un río cualquiera en un valle al azar:
De aguas claras como el cristal, este año venía tomado y muy pocos pescadores se habrían aventurado. Se rumoreaba que unos 30kms aguas arriba, un desprendimiento de un talud junto al río era el culpable del color arenoso del río X.
Me refiero a él como río X ya que en Nueva Zelanda, hacen gala de un especial proteccionismo con sus aguas. En rarísimas ocasiones veréis publicado el nombre de algún río en internet. Puede el pescador foráneo juzgar este hecho como exceso de celo, pero es una muy buena costumbre que yo mismo vengo ejerciendo en nuestras aguas desde hace ya muchos años y que no estaría mal que todos hiciéramos nuestra. Nuestros ríos y sus peces lo agradecerían. No lo tomemos como un gesto de egoísmo, si no más bien de respeto y protección de nuestro recurso más preciado.
Juan volaba rumbo a casa en 5 días y a mi me quedaba mes y medio en solitario por delante, así que pese a llegar al acceso al anochecer, decidimos emprender la ruta de noche con ayuda de nuestros frontales para poder empezar pronto a la mañana siguiente.
Antes de dejar el coche, no olvidamos señalar nuestras intenciones y dejamos un pequeño papel en el salpicadero, como también es cultura de este país: “Dos pescadores pescando aguas arriba durante 4 días”. Y la fecha del día en cuestión.
En un país con semejante cantidad de aguas trucheras, en los cuales, pescar agua virgen es clave para el éxito de la jornada, impera el respeto más profundo por los camaradas, tratando siempre de minimizar las opciones de coincidir con otros pescadores.

Avanzamos juntos río arriba durante tres jornadas. En la segunda, estuvimos a punto de vernos obligados a dar la vuelta. Tras avanzar durante un kilometro por el fondo de un profundo cañón, encontramos un paso que parecía demasiado fuerte para vadearlo. He de reconocer que si mi compañero no midiera un palmo más que yo y pesará 20kg más, jamás hubiera podido superar aquel torrente. Con las mochilas en la cabeza y dejando que la corriente nos arrastrara hacia abajo mientras avanzábamos a saltos en diagonal, conseguimos alcanzar la otra orilla.
La recompensa, inmensa: al salir del cañon, el valle se abría y teníamos por fin ante nosotros, kilómetros de aguas claras como el cristal, muy posiblemente sin tocar desde hacía semanas.
Aquella noche, mientras nos preparábamos la cena, no pensábamos en los kilómetros que nos separaban del coche o de nuestra casa, al otro lado del mundo. No nos podíamos quitar de la cabeza qué encontraríamos en esas aguas a la mañana siguiente.

Al amanecer, la lluvia y el viento en la tienda nos despertaron antes de lo previsto. Uno de esos frentes que se adelantan a las previsiones, había decidido complicarnos nuestro último día de pesca.
Con la nieve cayendo en los picos, la lluvia y el viento azotando el valle, tuvimos una de las jornadas más épicas de pesca de nuestras vidas.
A pesar de saber que cada kilómetro aguas arriba debería ser desandado al día siguiente, sin importarnos el agua y el frio que se nos metía hasta los huesos, devorábamos kilómetros aguas arriba. Cada pozo, cada curva, cada corriente, era más atractiva que la anterior.
Firmamos el mejor final posible a más de un mes recorriendo los ríos de la Isla Sur. Ese día, en aquel río misterioso, bajo el cielo neozelandés cayéndosenos encima, ambos conseguimos hacernos con la mejor trucha de nuestras vidas. A seca. Porque sí, en el postre perfecto, a veces la guinda también es importante.

No cabe duda de que hay un destino, un sueño, un viaje y una forma de pescar para cada pescador.
En Nueva Zelanda, encontré el mío, pero no por ello dejo de admirar la cantidad de virtudes y cualidades que hacen de cada uno de sus ríos, un lugar en el que vivir la esencia de la pesca a mosca, cualquiera que sea ésa para el lector.
Para alguien que ha vivido y sentido la pesca a mosca desde su niñez, recuperar esas sensaciones, esas emociones, esa sed de explorar, esos nervios, esa ansiedad e incluso esos errores de principiante, es algo que no tiene precio.
Es volver a ser niño, es regresar a cuando todo era nuevo y te pasabas las noches despierto pensando en la jornada de mañana. Cuando los ríos estimulaban tu imaginación y de ella nacía la fascinación por el agua.
Yo creo que es motivo suficiente para seguir soñando con Nueva Zelanda y seguir siendo un niño.
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