Supongo que el privilegio es uno de esos conceptos que hoy por hoy nos cuesta definir y que, consecuentemente, no terminamos de adaptar bien a nuestra persona. En mi caso ha requerido de mucho tiempo descubrir que elemento, basado quizás en la experiencia o en la pasión puede denotarse como tal.
Para entender esta idea me retomaré a agosto de 2019. Acababa de recibir un mensaje de Paco (a quien no conocía hasta ese momento) mostrando su interés por la fotografía y la pesca; intereses muy apreciados por ambos y cuya combinación queda recluida para pocas personas.

En su mensaje, Paco me proponía un primer encuentro en mi ciudad natal, Pamplona. Hablaríamos de pesca y conoceríamos en más detalle como nuestras visiones serían compatibles para proyectos futuros. Durante su visita, me nombró un lugar; su rincón de historias de infancia e inspiración, el río donde solo unos ojos con determinada sensibilidad serían capaces de extraer toda su belleza. Me habló sobre páramos salvajes y truchas, los lobos, los osos, los altos riscos de roca desnuda y la soledad que este enclave de la Cordillera Cantábrica guardaba.
Así, casi un año más tarde, Paco y yo nos embarcamos en nuestra propia aventura de pesca. Una idea que se presentaba rozando lo equívoco, del que mi mente solo era capaz de extraer una primera imagen abstracta pero que más tarde se vería superada por una realidad abrumadora.

Jornada 1. La llegada
Me encuentro con Paco en la estación de trenes de Burgos. Viene a recogerme tras su trayecto por carretera desde Madrid. Prosiguiendo en dirección norte, la estepa castellana comienza a tornar su topografía por cuencas más cerradas. Las cuencas dan paso al valle y las montañas obligan a levantar la mirada a ambos lados de la carretera.
Nos encontramos en la Castilla más despoblada y dejamos atrás al último de los núcleos urbanos de la zona, una aldea de no más de 58 habitantes censados. En cierto momento el asfalto se torna en gravilla conformando una pista árida y pedregosa. Es aquí cuando el río comienza a acompañarnos paralelos al camino de subida aguas arriba. Subimos unos 2 Km hasta un apartadero natural, una pradera cortada por uno de los meandros del río. Son ya las 20:00 y el sol hace rato que se ha escondido tras uno de los picos próximos.
Es en este momento, envueltos por la frescura del valle y la nostalgia del atardecer, donde por fin podemos darnos por satisfechos. Hemos llegado. El valle del que tanto había oído hablar por parte de Paco y del que mi mente solo era capaz de percibir una primera imagen abstracta.

Jornada 2. Contacto
Paco y yo despertamos con los sacos de dormir rociados por la humedad de la noche. Sonido de hornillo y café. El día se presenta prometedor y esperamos a ser tocados por los primeros rayos de sol para ponernos en marcha.
Cambiamos el equipo de acampada por el de pesca. Montamos cañas, insertamos carretes, preparamos las líneas y los bajos. Resulta difícil de explicar, pero este me resulta un momento casi de meditación, donde los sonidos y sensaciones del entorno se avivan y la mente anticipa las corrientes del rio sobre las que mas tarde el cuerpo habrá de sentir. Un imaginario que refleja la emoción de un digno día de pesca.
Todo listo. Tras unos cuantos lances las primeras truchas comienzan a dar señales de vida. Estas son pequeñas y tímidas, de unos 20 o 25 cm de longitud, pero muy agiles en la lucha una vez atrapada la mosca. El día transcurre entre torrentes suaves y de caudal mas que aceptable (siendo durante un mes estival). A partir de aquí nuestra andadura actuará de forma paralela al río, remontando este desde su zona más baja y acompañando el remonte de las truchas hasta las aguas más altas y frescas.

Jornada 3. Lecciones aprendidas
Nos encontramos en la zona central del valle. Aquí el ganado pasta libre por las lomas circundantes y bajan a beber al río para paliar el calor. Junto a las reses, advertimos un mastín que porta un grueso collar de acero en el cuello, claro signo de protección contra los lobos que merodean por estas montañas.
Al igual que el día anterior, truchas de porte mediano o pequeño abundan durante casi todo el día, pero la situación cambia al atardecer. Bajo el resguardo de rocas y emergiendo de pozas profundas, siluetas de grandes peces se distinguen en el río ya ensombrecido por la montaña. Intento que la emoción no me sobrepase, realizando lances muy meditados. Una picada, una oportunidad. El anzuelo se suelta y la trucha vuelve a su posición inicial, esta vez ignorando cada mosca que envío. Es de concluir que tal salmónido no adquiere su gran tamaño siendo estúpido.

Jornada 4. Cambio de aires
Paco anuncia tormenta con el parte meteorológico de hoy y podemos dar fe de ello por las nubes que comienzan a formarse. En este punto ya hemos avanzado más de la mitad del recorrido previsto. El paisaje ha cambiado a un valle más estrecho y de topografía alpina.
Es mediodía y la tormenta comienza a descargar toda su energía. Creemos que será rápida, algo característico de un aguacero de verano. Desafortunadamente nos falta razón y decidimos resguardarnos en uno de los chozos adyacentes al río. Pasaremos la noche aquí con esta jornada de pesca finalizada antes de lo previsto.

Jornada 5. Últimas luces
Seguimos la misma rutina que días pasados: café y tostadas para el largo día. Y es que hoy está planeado que la jornada sea especialmente larga, pero, sobre todo, diferente. El objetivo es culminar este viaje en el lago que otorga nacimiento al río y pernoctar ahí. Cargamos con las pesadas mochilas que incluyen todo el equipo fotográfico, comida y demás utensilios de montaña. Esta vez dejaríamos la pesca de lado para centrarnos en explorar el paisaje y su naturaleza.
Tras seguir los últimos meandros, el valle llega a su fin y el río pasa a sucederse en pequeñas cascadas y torrenteras. Ante nosotros se alza la subida al circo de roca que recoge al lago. Tras un par de horas de caminata llegamos a nuestro destino final. Se distingue la placida laguna montana que contrasta su azul, oscuro y profundo, con las paredes en tonos cálidos de los riscos.

En la superficie se distinguen numerosas truchas, estas de tonalidades diferentes a las del río. Quizás, alentadas a salir de su escondite por la calma reinante tras la pasada tormenta que, como nosotros, vagan disfrutando de la soledad que este lugar precede.
El ultimo día de nuestra aventura llega a su fin. Recogidos en el pensamiento sobre lo vivido en este viaje, Paco y yo intentamos conciliar el sueño. El hecho de volver a casa a la mañana siguiente nos llena de suerte, en poder hablar sobre este lugar a quienes lo merezcan y, quizás, volver de nuevo en busca del privilegio que existe en seguir teniendo espacios tan salvajes y solitarios.
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